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EL ESPIRITISMO Y LAS RELIGIONES


Se ha preguntado muchas veces si el Espiritismo es religión, y casi siempre, se ha contestado afirmativamente. Para corroborar esta aseveración se ha dicho que el sentimiento religioso es innato en el ser humano, que religión es el lazo que une al hombre con Dios y que el Espiritismo admite como las religiones la existencia del Ser Supremo y la inmortalidad del alma.
Creo que sobre este "concepto religioso" del Espiritismo --erróneo a mi modo de ver-- se ha bordado todo ese clásico ropaje, todos esos hábitos tradicionales de que he hablado; y no es sólo esto, sino que este falso concepto ha llevado a más de un espiritista al sincretismo, verdadera plaga que tenemos el deber de extirparla de raíz.
Teniendo en cuenta que el espiritismo "nació" de los hechos positivos, y que una serie de hechos conocidos por "principios ciertos" constituyen una "ciencia"; teniendo en cuenta también que toda ciencia tiene sus consecuencias filosóficas, y que la doctrina espiritista no es otra que estas consecuencias ¿cómo podemos deducir que el Espiritismo es religión, cuando ésta sólo se apoya en la fe ciega, en la revelación divina, en el milagro, etc.?
Decir que el Espiritismo es religión por el hecho de que admita la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, equivaldría a decir que también hay una religión platónica, socrática, etc., puesto que estos sistemas filosóficos admiten estos mismos principios, o que, por el contrario, existe una ciencia o filosofía católica o protestante, porque éstas admiten los mismos principios que aquellos.
Porque el sentimiento religioso sea innato en el hombre, no se debe deducir que el Espiritismo sea religión, porque con la misma lógica podría decirse que hay una religión astronómica o una química o física religiosa.
Otro error, a mi juicio, es decir "que la religión es el lazo que une al hombre con Dios". Si recorremos la historia de todas las religiones, hasta perdernos en sus propios orígenes, no encontraremos en ninguna de ellas ese lazo divino; por el contario, vemos que se han apartado siempre del verdadero concepto espiritual de Dios, para caer en el más vil de los materialismos; siempre nos lo han presentado en una forma grotesca: humano, personal, vengativo y cruel. ¿Dónde, está, entonces, ese lazo que nos tendió la religión para subir en espíritu hacia Dios?
En los tiempos primitivos el sentimiento místico --a pesar de su ingenuidad-- fue un sentimiento indefinido, de vago temor supersticioso, y podría decirse falso, porque el hombre bestializó y antropomorfizó a Dios; y no es que lo haya adorado en esa forma. ¡Cuán lejos estaba el hombre de la idea divina cuando rendía culto a sus ídolos! Por otra parte, atribuyó poder divino a los elementos que más directamente le afectaban, hizo como el bruto, que muerde el látigo con que se le fustiga, o lame la mano que le acaricia, sin comprender que tras de la mano y el látigo hay una inteligencia que los guía. Sólo cuando despertó en el hombre el sentido filosófico, sólo cuando dijo (mucho antes que lo dijera Descartes): "pienso luego existo", y trató de saber el por qué de su existencia, sólo entonces pudo concebir la verdadera idea de Dios y por consiguiente la espiritualidad e inmortalidad del alma. Desde entonces, vemos al hombre apartarse cada vez más de ese sentimiento instintivo, entregándose en cambio a la contemplación de las bellezas naturales, al estudio científico y filosófico de la Naturaleza, único lazo para, por medio de él, elevarnos hasta Dios.
Indudablemente se confunde a menudo el sentimiento "religioso" con el sentido filosófico: el primero se va perdiendo en los espíritus evolucionados, por ser instintivo; el segundo, va despertando a medida que aquel se extingue. El primero, afirmando a Dios, sin comprenderlo, lo va matando: el segundo --aunque negándolo algunas veces-- lo vivifica y lo espiritualiza. Son cual dos ramas de un mismo rosal: mientras que una --eternamente cubierta de espinas-- tiende a secarse, la otra, llena de lozanía, se cubre de hermosas y perfumadas flores.
Las religiones tienen ritos, rezos, templos, ídolos y dogmas; el Espiritismo detesta todo eso. Las religiones tienen santos, ángeles y demonios; el Espiritismo habla sólo de espíritus más o menos evolucionados. Las religiones nos hablan de penas y castigos o, en cambio, de una vida de monótona beatitud, para después de la muerte; el Espiritismo, de justas consecuencias de nuestros actos, de evolución y progreso espiritual eternamente. ¡Cuán notable es la diferencia que existe entre ambos! Religión es sinónimo de sombra; Espiritismo, de luz.
El Espiritismo, inmenso árbol de la vida, cobijó bajo su grandiosidad filosófica a todos los hombres que necesitaron de su abrigo, y éstos, creyéndolo sin vida suficiente --y en su agradecimiento para con él-- quisieron regar sus raíces, y para ello volcaron sobre ellas sus ideas y hábitos religiosos, y, sin querer, contaminaron su savia. El árbol no da los frutos que debiera dar; sus flores mueren apenas nacen. Es menester, entonces, depurar su savia; podar sus viejas ramas para que reverdezca, para que se cubra de flores y de buenos frutos.

MANUEL S. PORTEIRO

Texto extraído de la obra "ESPIRITISMO DOCTRINA DE VANGUARDIA" , de Manuel S. Porteiro, publicada por EDICIONES CIMA, Caracas, Venezuela.
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EL ESTUDIO DEL PERI-ESPÍRITU
Jornadas Andaluzas de Espiritismo
Los científicos ya han determinado, que el cuerpo humano genera electricidad, porque el tejido vivo genera energía.
La neurobióloga Candace Pert ha demostrado que los neuropéptidos, sustancias químicas activadas por las emociones, son pensamientos convertidos en materia, por lo que las emociones residen físicamente en el cuerpo y se interrelacionan con las células y los tejidos.
De hecho, el mismo tipo de células que producen y reciben esas sustancias químicas emocionales en el cerebro, están presentes en todo el cuerpo. La Dra. Pert dice: “[…] cada órgano y sistema corporal está calibrado para absorber y procesar energías emocionales y psíquicas específicas. Es decir, cada zona del cuerpo transmite energía en una frecuencia específica, detallada, y cuando estamos sanos, todas están sintonizadas armónicamente”.
La ciencia analítica ya empieza a confirmar que las células están dotadas de inteligencia, que las hace agruparse, defenderse y actuar conforme un plan establecido. Pero esa inteligencia celular ¿de donde proviene?, ¿dónde se encuentra el plan inteligente que lo dirige todo?
El Dr. Jorge Carvajal, atendiendo a un paciente con un miembro amputado y aplicando cromoterapia descubrió que:
el espacio que nos circunda está compuesto por algo que responde a la luz, al calor, a sustancias químicas que rechaza y reconoce; ese algo nos modela y permanece cuando una parte del organismo es destruida y, al trabajar sobre ese campo invisible, se obtienen respuestas en el cuerpo físico”.
Antiguas medicinas como la hindú, china, y más contemporáneas como la radiestesia y otras, nos hablan de un cuerpo etérico sobre el que se construye nuestro cuerpo físico. Este cuerpo es sensible al calor, color y tonos.
Estudios bioenergéticos, demuestran que cada célula tiene su propia música, inaudible para nosotros, pero necesaria en el mantenimiento de la armonía de los tejidos.
Con colores y sonidos, las células dialogan entre sí produciendo una vibración que es registrada como sonidos o color. Mediante el sonido o la luz, se puede enseñar de nuevo el ritmo perdido, y el cuerpo escucha y aprende. Pero de nada sirve si no hay una concienciación del ser humano, hacia una visión totalitaria que nos demuestra, que la espiritualidad es mucho más que una necesidad psíquica y emocional: es una necesidad biológica innata.
El Dr. Hernán Guimaraes Andrade, presidente del Instituto Brasileño de Investigaciones Piscobiofísicas confirma la existencia de algo inmaterial, aún no detectado por la ciencia establecida y que comanda la estructura de las células de los seres vivos.
Según su teoría, un campo de naturaleza magnética llamado Campo Biomagnético (CBM), está interrelacionado con el Modelo Organizador Biológico  (MOB) o periespíritu. 
 De manera que ambos cuerpos (físico y espiritual), pueden transmitir y recibir la información necesaria, para ir modificando los cuerpos conforme a las vivencias del ente encarnado. Las experiencias del CBM le valieron al Dr. Andrade, en 1997, el Primer Premio Científico de al Asociación Médico-Espírita de Brasil.
En la actualidad existe un grupo de científicos internacionales, físicos, químicos, astrónomos, matemáticos y biólogos, entre otros, que se preocupan en retomar la búsqueda de Dios, siguiendo los pasos de Newton y Einstein.
Este movimiento científico es conocido como “Gnosis de Princeton” y presentan nuevos conceptos llamados campos mórficos o morfogenéticos y la resonancia mórfica.
Estos campos mórficos son estructuras energéticas que organizan la vida, estructuras inmateriales que dan forma a las cosas del mundo, de los átomos más simples, como el hidrógeno, a los seres vivos.
La resonancia mórfica sería una emanación de esos campos. Tienen como misión, transmitir o “informar” a las células como deben disponerse para formar al individuo de cada especie. Esos campos mórficos no se localizan en los genes, pero ejercen influencia directa sobre la materia.
Para los espiritistas, esos campos mórficos y la resonancia mórfica corresponden a la estructura del periespíritu, cuerpo espiritual o modelo organizador biológico.
Los Espíritus nos dicen: “los fluidos espirituales son el vehículo del pensamiento; éste actúa sobre aquéllos como el sonido lo hace sobre el aire.
Los fluidos transmiten el pensamiento, como el aire lo hace con los sonidos.[...] los movimientos más secretos del alma repercuten en la envoltura fluídica, actuando sobre el periespíritu y éste sobre el organismo material con el cual se halla en contacto molecular.
 Si los efluvios son de naturaleza buena, el cuerpo recibirá una impresión saludable; si son malos, la sensación será desagradable; si los malos son permanentes y enérgicos, podrán ocasionar desórdenes físicos: ciertas enfermedades no tienen otro origen”.
 El mundo cambia, los científicos empiezan a investigar las manifestaciones de la vida desde una perspectiva mucho más amplia y los espiritistas no podemos quedarnos atrás en el estudio de la ciencia, pues es ella la que nos confirma a cada paso que da,
que las enseñanzas de los Espíritus Superiores, siguen siendo vigentes desde su codificación hace ya más de 150 años.
Encarnamos en un cuerpo para aprender a equilibrar las energías, físicas y espirituales, del pensamiento y la acción, del poder material y del poder mental y nuestro cuerpo contiene una “plantilla” inmanente para la curación.
La Doctrina Espiritista determina la importancia del estudio de ese cuerpo energético, llamado periespíritu para poder entender de forma racional la fuerza creativa de nuestros pensamientos y emociones y cómo repercuten en nuestra vivencia psico-biológica.
Recordemos que todos somos, ante todo, espíritus y nuestra expresión en la vida cotidiana es una manifestación de nuestro espíritu. Luis Gonzaga Pinheiro, en su 12 Kardec, Allan. La Génesis, cap. XIV.
10 Jornadas Andaluzas de Espiritismo Noviembre de 2006 libro “O Periespírito e suas modelaçoes”, concluye: “Estudiar el periespíritu es tener conocimiento de si mismo, lección primordial en el Espiritismo y en el espiritualismo en general.
Sin ese entendimiento, prerrequisito para el estudioso espírita, la mediumnidad, los efectos físicos, las obsesiones, la reencarnación, la ley de causa y efecto no son explicables ni entendidos, por constituir ese cuerpo vaporoso el agente por el cual tales fenómenos acontecen”.
El estudio analítico y comparativo del Espiritismo con otras corrientes filosóficas y científicas, nos ofrece una visión mucho más completa de la realidad en la que vivimos, mostrándonos a nosotros mismos, como co-creadores de la Vida y dejando de ser víctimas o esclavos de Ella.
“El arte de ser hombre, es el de dirigir la orquesta planetaria, en la dirección señalada por el Gran Arquitecto, otro de los nombres con que ha sido reconocido Dios en la historia”.
Jornadas Andaluzas de Espiritismo Noviembre de 2006

Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta

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SONAMBULISMO
CHRISTOPHE CHEVALIER


Abordaremos en este artículo, la diferencia entre el sueño y el sonambulismo, la manifestación física de éste y su origen.
Durante las diferentes fases del sueño, sucede que una persona se levanta y se ocupa de sus asuntos o se desplaza de un lugar a otro.
Se habla entonces de sonambulismo. Muchos de nosotros conocemos o hemos oído hablar de las personas sonámbulas.
Se trata del “sonambulismo natural”.
Este estado ya suscitaba el interés de Allan Kardec en su tiempo, y lo pregunta en El Libro de los Espíritus.
Veamos las respuestas proporcionadas por los espíritus: “Es una independencia del alma más completa que en el sueño y entonces sus facultades están más desarrolladas; tiene las percepciones que no tiene en el sueño que es un estado imperfecto de sonambulismo”. He aquí un comienzo de respuesta interesante que nos presenta el sonambulismo como una manifestación más avanzada que el sueño.
En este caso se impone una reflexión, pues, en el sueño el espíritu recupera cierta libertad. Utilizar un cuerpo dormido no es sinónimo de libertad ni de independencia. Veamos la continuación de la respuesta: “En el sonambulismo, el espíritu se pertenece completamente a sí mismo: los órganos materiales que en cierta forma están en catalepsia, ya no reciben las impresiones externas.
Cuando se producen los hechos de sonambulismo, es porque el espíritu, preocupado por una cosa u otra, se entrega a una acción cualquiera que necesita el empleo de su cuerpo del cual se sirve entonces de manera análoga al empleo que hace de una mesa o de cualquier otro objeto material”.
Es preciso entonces comprender esto: el ser humano está compuesto por tres elementos: el espíritu, es decir el ser espiritual inmaterial, inteligente, dotado de reflexión y de razonamiento; el periespíritu, cuerpo energético, vehículo del espíritu; y el cuerpo físico, hecho de la materia del medio donde el espíritu encarna. Cada noche, durante unas dos horas, el espíritu deja su envoltura carnal para unirse a los éteres y regenerarse. Es entonces cuando el espíritu vive el más allá y puede acordarse al despertar, bajo la forma de ensueños, de sus encuentros y sensaciones, durante la libertad encontrada temporalmente. Sin embargo, el espíritu no utiliza la totalidad de sus facultades en esta desincorporación donde ya no hay interacción con el cuerpo. Por la respuesta referida en El Libro de los Espíritus, se comprende que el estado de sonambulismo es la suma de la desincorporación del espíritu y de la capacidad de las fuerzas de éste para actuar sobre su cuerpo a fin de realizar las acciones que le preocupan.
Para ilustrar estas palabras, he aquí un ejemplo de sonambulismo natural observado por el profesor Soave quien enseñaba filosofía e historia natural en la universidad de Padua, ejemplo extraído del libro de Gabriel Delanne El Espiritismo ante la Ciencia:
“Un farmacéutico de Pavía, versado en química, a quien se deben importantes descubrimientos, se levantaba todas las noches durante su sueño e iba a su laboratorio para retomar allí sus trabajos inacabados.
Encendía los hornos, colocaba los alambiques, retortas, matraces, etc. y proseguía sus experimentos con una prudencia y una agilidad que no hubiera podido tener estando despierto; manejaba las sustancias más peligrosas y los venenos más violentos sin que le ocurriera el menor accidente.
Cuando le había faltado tiempo en el día para preparar las recetas que le entregaban los médicos, las tomaba del cajón donde estaban guardadas, las abría, las colocaba una al lado de otra sobre la mesa y procedía a su preparación con todo el cuidado y todas las precauciones deseables.
Era verdaderamente extraordinario verlo tomar la balanza, elegir los gramos, decigramos y centigramos, pesar con precisión farmacéutica, las dosis más mínimas de las sustancias de las que estaban compuestas las recetas, triturarlas, mezclarlas, revisarlas, luego ponerlas en frascos o paquetes según la naturaleza de los remedios, pegar las etiquetas y finalmente almacenarlos en orden sobre los estantes de la farmacia, listos para ser entregados cuando fueran a recogerlos. Terminados los trabajos, apagaba los hornos, volvía a poner en su sitio los objetos utilizados y retornaba a su cama donde dormía tranquilamente hasta el momento de despertar”.
El profesor Soave hacía notar que este farmacéutico sonámbulo tenía los ojos cerrados durante esos trabajos nocturnos y que la simple memorización de los lugares, no era suficiente para la realización de los trabajos y que la preparación de las recetas cuyo contenido desconocía, seguía siendo inexplicable.
He aquí la explicación espírita de este fenómeno. Si un sonámbulo puede movilizarse en un apartamento, escribir o trabajar con los ojos cerrados, es porque existe en él una fuerza que lo dirige con seguridad fuera de los sentidos utilizados habitualmente en estado de vigilia, puede decirse entonces con certeza, que es el alma o el espíritu lo que predomina sobre los órganos utilizados en estado de conciencia.
He aquí otro ejemplo para argumentar el hecho de que el espíritu es capaz de ver a través de la materia. Se ha extraído de la enciclopedia del artículo “sonambulismo”.
Relata el hecho siguiente: “Un joven abad se levantaba cada noche, iba a su despacho, componía los sermones y se acostaba. Unos amigos suyos, deseosos de saber si verdaderamente dormía, lo espiaron; y una noche en que escribía como de costumbre, interpusieron un gran cartón entre sus ojos y el papel. No se interrumpió en absoluto, continuó su redacción, y en cuanto la hubo terminado se acostó como tenía por costumbre hacer, sin sospechar la prueba a la que acababa de ser sometido. El autor del artículo agrega: cuando había acabado una página, la leía en voz alta, de un extremo al otro (esta acción la realizaba sin el concurso de los ojos). Entonces si alguna cosa le desagradaba, la retocaba y escribía encima las correcciones con gran exactitud. He visto el comienzo de uno de sus sermones que había escrito dormido; me pareció bastante bien hecho y correctamente escrito. Pero hizo una corrección sorprendente: habiendo escrito en un lugar ‘ce divin enfant’, creyó, al releerlo, que debía sustituir la palabra ‘divin’ por ‘adorable’; pero vio que el ‘ce’, colocado delante de divin, no podía ir con adorable; de manera que añadió muy hábilmente una ‘t’ al lado de las letras anteriores, para que se leyera ‘cet adorable enfant’.
 El sonámbulo ve pues a través de los cuerpos opacos que no son obstáculos sino para nuestros órganos todavía rudimentarios, pero no para el espíritu que atraviesa libremente la materia”. Estas observaciones alentaron a Allan Kardec a hacer a los espíritus la siguiente pregunta:
¿Cómo puede el sonámbulo ver a través de los cuerpos opacos?
Respuesta: No hay cuerpos opacos más que para vuestros órganos rudimentarios; ¿no os hemos dicho que, para el espíritu, la materia no es en absoluto un obstáculo, pues la atraviesa libremente?
Ciertos sonámbulos, como para ver mejor, aplican los objetos sobre el epigastrio o sobre la nuca. Ve entonces por todas las partes de su cuerpo. Está fuera de su cuerpo al que ve. Ve pues con toda su alma. Al no estar la vista del alma o del espíritu circunscrita ni tener sede determinada, se explica por qué los sonámbulos no pueden asignarle un órgano particular. He aquí un punto importante aclarado. Sin embargo, quedan muchos otros y en particular, este razonamiento:
¿El sonámbulo actúa de manera mecánica o razona de manera inteligente?
 He aquí otro ejemplo extraído del libro de Gabriel Delanne  “El Espiritismo ante la Ciencia”.
Es referido por el doctor Esquirol que cuenta que un farmacéutico se levantaba todas las noches y preparaba las pociones cuyas fórmulas encontraba sobre la mesa.
Para saber si el juicio actuaba en este farmacéutico sonámbulo o si no había más que movimientos automáticos, un médico puso sobre el mostrador de la farmacia la nota siguiente: “Sublimado corrosivo: 2 dracmas, agua destilada: 4 onzas a tragar de una vez”.

Habiéndose levantado el farmacéutico durante su sueño, bajó como siempre a su laboratorio, tomó la receta, la leyó varias veces, pareció muy asombrado y comenzó el monólogo siguiente que el autor del relato, oculto en el laboratorio, escribió palabra por palabra: sin duda el doctor se ha equivocado. Me niego a preparar esta poción”. El sonámbulo tomó luego diversas recetas que estaban sobre la mesa, las preparó, las etiquetó y las ordenó en fila para ser entregadas al día siguiente. Este ejemplo prueba que sí hay una reflexión y un razonamiento. Hay allí una prueba suplementaria de la existencia del espíritu que trasciende la materia y que nuestros sentidos son considerablemente exacerbados bajo la influencia del espíritu. Para comprender nos hace falta todavía admitir la existencia de un principio espiritual.
Esto nos lleva a otra forma de sonambulismo, que se acompaña con la visión a distancia. En efecto, la persona sujeta al sonambulismo, puede practicar a veces la visión a distancia, no como si se mirara un objeto desde lejos, como podría hacerse con un catalejo o con un par de prismáticos, pues no es el objeto que se acerca sino es el espíritu que se desplaza.
En el sueño, el espíritu, la parte inmaterial de nuestro ser, se traslada instantáneamente por el espacio, conducido por el pensamiento y la voluntad. Se desarraiga entonces de su envoltura carnal durante un tiempo más o menos largo.
Durante ese período, el cuerpo parece anonadado y la palabra es más sorda, al estar la vida espiritual entera en el lugar donde su pensamiento la ha transportado.
Sin embargo, el sujeto puede experimentar físicamente impresiones de calor o frío, o bien otras sensaciones del lugar donde se encuentra su espíritu pues siempre se halla unido a su cuerpo por una atadura fluídica que sigue siendo la conductora de las sensaciones.
Esta separación puede engendrar también cansancio para el cuerpo, sobre todo cuando el espíritu se entrega a un trabajo activo.
La clarividencia del sonámbulo, la fuente de las ideas innatas, el hecho de que pueda hablar con soltura y exactitud de cosas desconocidas en estado de vigilia, que a veces pueden estar por encima de sus capacidades intelectuales, hay que relacionarlo con el hecho de que el sujeto dispone de muchos más conocimientos que los que sabe, que están registrados en el periespíritu y por tanto no están disponibles en estado  de vigilia.
Finalmente, concluiremos este artículo, precisando que el sonambulismo puede ser provocado por medio de pases magnéticos. Hablamos entonces de sueño magnético que ya ha sido objeto de varias disertaciones en nuestro Jornal Spirite (N°62 y N°64) que les invitamos a leer o a reeler.


52-SONAMBULISMO.doc

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LOS DESERTORES DEL ESPIRITISMO


Si todas las grandes ideas, han tenido sus apóstoles fervientes y denodados, también las mejores han tenido sus desertores.
El Espiritismo no podía librarse de las consecuencias de la humana flaqueza; ha tenido lo suyos, y no serían inútiles algunas consideraciones sobre el particular.
Muchos se equivocaron, al principio, acerca de la naturaleza y objeto del Espiritismo y no entrevieron su trascendencia. Desde luego excitó la curiosidad y muchos no distinguieron en las manifestaciones más que un asunto de distracción.
Se divirtieron con los Espíritus, tanto como estos quisieron divertirlos. Las manifestaciones eran un pasatiempo y con frecuencia un accesorio de tertulia.
Este modo de pensar, al principio, la cosa, era una táctica diestra de los Espíritus. Bajo la forma de diversión, la idea penetró en todas partes y plantó gérmenes sin sublevar las conciencias timoratas. Se jugó con el niño, pero el niño debía hacerse hombre.
Cuando a los Espíritus bromistas los sucedieron los graves y moralizadores; cuando el Espiritismo se elevó a ciencia, a filosofía, las gentes superficiales no lo encontraron recreativo, y para los que, ante todo, aprecian la vida material, era un censor inoportuno y molesto, que a más de uno arrinconó.
No hay que echar a menos semejantes desertores, pues las personas frívolas son pobres auxiliares.
Esta primera fase está, sin embargo, muy lejos de ser tiempo perdido. A favor de semejante disfraz, la idea se ha popularizado cien veces más que si hubiese revestido, desde su origen, una forma severa. Pero de esos centros ligeros e indolentes, salieron pensadores graves.
Estos fenómenos, puestos en moda por el atractivo de la curiosidad, convertidos en una especie de manía, excitaron la codicia de ciertas gentes atraídas por la novedad y por la esperanza de hallar en ellos una nueva puerta abierta.
Las manifestaciones parecían un asunto maravilloso,  susceptible de explotación, y más de uno pensó hacer de ellas un auxiliar de su industria, y otros las consideraron como una variante del arte de la adivinación, un medio quizás más seguro que la cartomancia, la quiromancia, etc., etc., para conocer el porvenir y descubrir las cosas ocultas, pues, según la opinión de aquella poca, los Espíritus debían saberlo todo.
Desde el momento en que tales gentes vieron que la especulación resbalaba entre sus manos y se convertía en engaño. Que los Espíritus no venían a ayudarles a hacer fortuna, a darles buenos números para la lotería y decirles la verdadera buenaventura, a descubrirles tesoros o proporcionarles herencias, a sugerirles algún buen invento fructífero y de privilegio exclusivo, a suplir su ignorancia y a dispensarles del trabajo intelectual y material, los Espíritus no fueron buenos para nada, y sus manifestaciones no eran mas que ilusiones.
 Tanto como ensalzaron el Espiritismo mientras acariciaron la esperanza de sacar de él algún provecho, así denigraron cuando tuvieron el desengaño. Más de un crítico, lo hubiese levantado hasta las nubes de haberle hecho descubrir un tío americano o ganar en la Bolsa.
Esta es la categoría más numerosa de los desertores, pero se deja ver que seriamente, no pueden calificárseles de espiritistas.
También ha tenido su utilidad esta fase, pues ha demostrando que no debía esperarse del concurso de los Espíritus: se ha hecho conocer el objeto serio del Espiritismo, se ha depurado la doctrina.
Los Espíritus saben que las lecciones de la experiencia, son las más provechosas.
Si desde un principio hubiesen dicho: No pidáis tal o cual cosa, porque no la obtendréis, acaso no se les hubiera creído, y por esta razón no limitaron la libertad de nadie, a fin de que la verdad resultase de la observación.
Los desengaños desanimaron a los explotadores y contribuyeron a disminuir su número, privando al Espiritismo, no de adeptos sinceros, sino de parásitos.
Ciertas gentes, más perspicaces que otras, entrevieron al hombre, en el niño que acababa de nacer y le tuvieron miedo, como Herodes le tuvo miedo al niño Jesús.
No atreviéndose a atacar de frente al Espiritismo, han tenido agentes que lo abrazaron para ahogarlo, que se visten con el disfraz de espiritistas para introducirse en todas partes, atizar diestramente la desavenencia en los grupos, derramar en ellos y por bajo mano el veneno de la calumnia, dejar caer chispas de discordia, impeler a actos que comprometan, intentar el desvío de la doctrina, para ponerla en ridículo o hacerla odiosa, y simular en seguida desengaños.
Otros son mas hábiles aun: predicando la unión, siembran la división; ponen sobre el tapete diestramente cuestiones irritantes y mortificadoras, excitan los celos de preponderancia entre los diferentes grupos, y su delicia sería verlos apedrearse y levantar bandera contra bandera, con motivo de ciertas divergencias de opiniones sobre determinadas cuestiones de forma y de fondo, provocadas las mayoría de las veces.
Todas las doctrinas han tenido sus Judas; el Espiritismo no podía dejar de tenerlos y no le han faltado.
Estos tales, son espiritistas de contrabando, pero han tenido también su utilidad. Han enseñado a que como buenos espiritistas, seamos prudentes, circunspectos, y a que no nos fiemos de las apariencias.
En principio, es preciso desconfiar de los arrebatos calenturientos, que son casi siempre fuegos fatuos o simulacros, entusiasmo de circunstancias, que suplen los actos con la abundancia de palabras.
La verdadera convicción es apacible, reflexiva, motivada; como el verdadero valor, se revela por hechos, es decir, por la firmeza, la perseverancia, y sobre todo, por la abnegación.
El desinterés moral y material es la verdadera piedra de toque de la sinceridad.
La sinceridad tiene un sello sui generis; se refleja por matices más fáciles a veces de comprender, que de definir, se la siente por ese efecto de la transmisión del pensamiento, cuya ley nos revela el Espiritismo, y que la falsedad no consigne nunca simular completamente, dado que no puede cambiar la naturaleza de las corrientes fluídicas que proyecta.
Cree equivocadamente que puede suplirla con una baja y servil adulación, que solo seduce a las almas orgullosas, pero esta misma adulación, se deja conocer de las almas elevadas.
Nunca el hielo podrá simular el calor.
Si pasamos a la categoría de los espiritistas propiamente dichos, también veremos ciertas flaquezas humanas, en las que no triunfa inmediatamente la doctrina. Las más difíciles de vencer son el egoísmo y el orgullo, pasiones originales del hombre.
Entre los adeptos convencidos, no hay deserción en la acepción de la palabra, porque el que desertase por motivo de interés u otro  cualquiera, no habría sido nunca sinceramente espiritista; pero hay desalientos.
El valor y la perseverancia pueden flaquear ante un desengaño, una ambición fracasada, una preeminencia no alcanzada, un amor propio lastimado o una prueba difícil.
Se retrocede ante el sacrificio del bienestar, el temor de comprometer sus intereses materiales y el reparo del que dirán, se siente desazón por un fraude; no se renuncia, pero se desanima; se vive para si y no para los otros; se quiere sacar beneficio de la creencia, pero siempre que no cueste nada.
Ciertamente que los que así proceden, pueden ser creyentes; pero, a no dudarlo, son creyentes egoístas, en quienes la fe no ha encendido el fuego sagrado del desinterés y de la abnegación; su alma se desprende con trabajo de la materia. Forman número nominal, pero no puede contarse con ellos.
Muy distintos son los espiritistas que verdaderamente merecen tal nombre.
Aceptan para sí todas las consecuencias de la doctrina y se les reconoce por los esfuerzos que hacen para mejorarse. Sin descuidar los intereses materiales, son éstos para ellos lo accesorio y no lo principal; la vida terrestre es solo una travesía más o menos penosa; de su empleo útil o inútil depende el porvenir; sus alegrías son mezquinas comparadas con el objeto esplendido que entrevén más allá; no se desazonan por los obstáculos que encuentran por el camino; las vicisitudes, los desengaños, son pruebas ante las cuales no se desalientan, puesto que el descanso es el premio del trabajo, y por estas razones, no se ven entre ellos deserciones y desfallecimientos.
Los Espíritus buenos protegen visiblemente a los que luchan con valor y perseverancia y cuyo desinterés es sincero y sin miras ulteriores; le ayudan a triunfar de los obstáculos y aligeran las pruebas que no pueden evitarles, mientras que se apartan de los que abandonan y sacrifican la causa de la verdad, a su ambición personal.
¿Debemos colocar entre los desertores del Espiritismo a los que se alejan, porque no les satisface nuestra manera de ver las cosas; a los que, encontrando muy lento o muy rápido nuestro método, pretenden alcanzar más pronto y con mejores condiciones el objeto que nos proponemos? Ciertamente que no, si son sus guías la sinceridad y el deseo de propagar la verdad.
Ciertamente que sí, si sus esfuerzos tienden únicamente a hacerse notables y a captarse la atención pública para satisfacer su amor propio y su interés personal…
¡Tenéis distinto modo de ver al de nosotros; no simpatizáis con los principios que admitimos! Nada prueba que andéis más acertados que nosotros. En materia de ciencia, puede diferirse de opinión; buscad a vuestro modo como buscamos nosotros; el porvenir pondrá en claro quién tiene razón y quién está equivocado.
No pretendemos ser los únicos en poseer las condiciones sin las cuales no pueden hacerse estudios serios y útiles; lo que hemos hecho nosotros, ciertamente pueden hacerlo otros. ¡Qué importa que los hombres inteligentes se reúnan con nosotros o sin nosotros! Que se multiplican los centros de estudios, tanto mejor; porque esta es una señal del progreso incontestable, que aplaudimos con todas nuestras fuerzas.
En cuanto a las rivalidades, a las tentativas para suplantarnos, tenemos un recurso infalible para no temerlas. Trabajemos por comprender, por ensanchar nuestra inteligencia y nuestro corazón; luchemos con los otros, pero luchemos por superarnos en caridad y abnegación.
Sea nuestra única divisa el amor al prójimo inscrito en nuestra bandera, y nuestro objeto único inquirir la verdad, venga de donde viniere. Con tales sentimientos arrostraremos las burlas de nuestros adversarios y las tentativas de nuestros competidores.
Si nos equivocamos, no tendremos el necio amor propio de aferrarnos a ideas falsas, pero hay principios respecto de los cuales se tiene certeza de no engañarse nunca, tales son: el amor del bien, la abnegación, la abjuración de todo sentimiento de envidia y de celos.
Estos principios son los nuestros, en ellos veremos el lazo que ha de unir a todo los hombres de bien, cualquiera que sea la divergencia de sus opiniones; el egoísmo y la mala fe son los únicos que entre ellos levantan barreras insuperables.
Pero ¿cuál será la consecuencia de este estado de cosas? Sin duda alguna las maquinaciones de los falsos hermanos podrán producir momentáneamente algunas perturbaciones parciales. Por esto es preciso hacer toda clase de esfuerzos para burlarlos tanto como sea posible, pero necesariamente no tendrán más que una época de existencia y no podrán ser perjudiciales en el porvenir.
Ante todo, porque son una maniobra de oposición que caen por la fuerza de las cosas; y por otra parte, por más que se diga y haga, no podrá quitarse a la doctrina su carácter distintivo; su filosofía racional es lógica y su moral consoladora y regeneradora.
Las bases del Espiritismo están hoy puestas de un modo inquebrantable: los libros escritos sin reticencias y puestos al alcance de todas las inteligencias, serán siempre la expresión clara y exacta de la enseñanza de los Espíritus, y la transmitirán intacta a los que vengan en pos de nosotros.
No se ha de perder de vista que estamos en un momento de transición y que ninguna transición se opera sin conflicto.
No hay, pues, que admirarse de ver cómo se agitan ciertas pasiones, tales como las ambiciones comprometidas, los intereses lastimados, las pretensiones frustradas, pero todo esto se extingue poco a poco, la fiebre se calma, los hombres pasan y las nuevas Ideas subsisten.
Espiritistas, si queréis ser invencibles, sed benévolos y caritativos; el bien es una coraza contra la cual se estrellarán siempre las maquinaciones de la malevolencia...
Vivamos, pues, sin temor: el porvenir es nuestro; dejemos que nuestros enemigos se retuerzan comprimidos por la verdad que les ofusca: toda oposición es impotente contra la evidencia, que triunfa inevitablemente por la fuerza misma de las cosas.
La vulgarización universal del Espiritismo es cuestión de tiempo, y en este siglo, el tiempo avanza a pasos de gigante impulsado por el progreso.
OBSERVACIÓN. - Como complemento de este artículo, publicamos aquí, la siguiente comunicación que nos dio Allan Kardec sobre el mismo asunto, después de haber entrado en el mundo de los Espíritus. Nos ha parecido interesante para nuestros lectores, unir a las elocuentes y viriles páginas que preceden, la actual opinión del organizador por excelencia de nuestra filosofía. París, noviembre de 1869
Cuando existía corporalmente entre vosotros, a menudo decía que debiera hacerse una historia del Espiritismo, puesto que no dejaría de tener interés; aún participo hoy de esta misma opinión, pudiendo servir un día, para realizar mi pensamiento, los diferentes elementos que con este fin había reunido.
Porque, en efecto, estaba en mejor posición que nadie para apreciar el curioso espectáculo provocado por el descubrimiento y vulgarización de una gran verdad.
En otro tiempo presentía, pero hoy sé el maravilloso orden y la inconcebible armonía que presiden a la concentración de todos los documentos, que están destinados a dar origen a la nueva obra.
La benevolencia, la buena voluntad y abnegación absoluta en unos y la mala fe, la hipocresía y las malévolas maniobras de los otros, todo concurre para asegurar la estabilidad del edificio que se levanta.
Entre las manos de las potencias superiores que presiden al progreso, las resistencias inconscientes o simuladas y los ataques que tienen por objeto sembrar el descrédito y el ridículo, se convierten en instrumentos de elaboración.
¡Qué no se ha hecho, que móviles no se han puesto en movimiento para ahogar al niño en la cuna!
El charlatanismo y la superstición, a su vez, han querido ampararse en nuestros principios para explotarlos en su provecho; todos los rayos de la prensa han atronado contra nosotros; se ha entregado a la irrisión las cosas mas respetables; se han atribuido al Espíritu del mal las enseñanzas de los Espíritus, las más dignas de admiración y de veneración universal; y sin embargo, todos esos esfuerzos acumulados, esa coligación de todos los intereses bastardos, no han alcanzado otra cosa que proclamar la impotencia de nuestros adversarios.
Pero, en medio de esa lucha incesante contra las preocupaciones establecidas y contra los errores acreditados, es como se aprende a conocer a los hombres.
Sabía que al consagrarme a mi obra predilecta, me exponía a las iras de los unos y a la envidia y a los celos de los otros. El camino estaba sembrado de dificultades sin cesar renovadas. No pudiendo alcanzar nada contra la doctrina, se atacaba al hombre, pero por mi parte me sentía fuerte porque había hecho renuncia de mi personalidad. ¿Qué me importan las tentativas de la calumnia, si mi conciencia y la grandeza del objeto me hacían olvidar voluntariamente las espinas y abrojos del camino?
Los testimonios de simpatía y de estimación que he recibido de aquellos que supieron apreciarme, han sido la más dulce recompensa que jamás haya ambicionado, pero ¡OH!, ¡cuantas veces hubiese sucumbido bajo el peso de mi tarea, si el afecto y el reconocimiento de la mayoría no me hubiesen hecho olvidar la ingratitud y la injusticia de algunos! Porque si los ataques dirigidos contra, mí siempre me han encontrado insensible, debo confesar que me afectaba penosamente, cada vez que encontraba falsos amigos, entre aquellos de quienes más esperaba.
Si es justo vituperar a aquellos que intentan explotar el Espiritismo o desnaturalizarlo en sus escritos sin haber hecho de él un estudio previo, ¡cuán culpables no son aquellos que después de haberse asimilado todos sus principios, no contentos de retirarse pacíficamente, se han vuelto contra él, con todas sus fuerzas!
Sobre tales desertores especialmente es necesario reclamar la misericordia divina, porque voluntariamente han extinguido la luz que les iluminaba, con cuyo auxilio podían iluminar a los otros.
Pero no tardan en verse privados de la asistencia de los buenos Espíritus y la experiencia nos ha demostrado que bien pronto caen de un paso al otro, en las más criticas situaciones.
Desde mi regreso al mundo de los Espíritus he vuelto a ver algunos de estos desgraciados; ahora se arrepienten; sienten su inacción y su mala voluntad, pero no pueden reparar tan pronto como desearan el tiempo perdido; volverán, sí, luego a la tierra con la firme resolución de concurrir activamente al progreso, pero aún lucharán con sus antiguas tendencias, hasta que definitivamente hayan triunfado sobre ellas.
¿Puede creerse que los espiritistas de hoy, ilustrados por estos ejemplos, evitarán caer en los mismos errores? Durante mucho tiempo aún, habrá falsos hermanos y amigos mal intencionados, pero del mismo modo que nada pudieron los primeros, tampoco lograrán estos, desviar de su camino al Espiritismo.
Si acaso producen algunas perturbaciones momentáneas y puramente locales, no por esto peligrará la doctrina; antes al contrario, bien pronto los espiritistas desviados reconocerán su error y vendrán a concurrir con nuevo ardor a la obra de la cual se habían separado un instante, y obrando de concierto con los Espíritus superiores que dirigen las transformaciones humanitarias, avanzarán con paso rápido hacia los felices tiempos prometidos a la humanidad regenerada. – ALLAN KARDEC.

 Adaptación: Oswaldo E. Porras D. oswpordor@gmail.com

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EL ESPIRITISMO ES CIENCIA



El ilustre Allan Kardec escribió en una de sus obras fundamentales esta sentencia: “El verdadero carácter del Espiritismo es el de una ciencia y no el de una religión”.

El tiempo, que todo lo resuelve, viene a demostrar que el Espiritismo sólo puede existir lógicamente como verdad positiva, a base de ciencia cuyo valor fundamental estriba en la realidad de los hechos, en la observación y estudio experimental de los mismos.

Este concepto científico del Espiritismo lo expresa el filósofo espiritista en otro pasaje:

“Desde el punto de vista filosófico responde a las aspiraciones del hombre respecto al porvenir; pero, como apoya la teoría de éste en bases positivas y racionales, se amolda al espíritu positivista del siglo”.

A la muerte de Kardec, el eximio Flammarion pronunció el célebre discurso de despedida al maestro, que hizo honor a la causa espiritista, augurando para el Espiritismo el título de ciencia positiva y tratando de encauzar a sus adeptos en el estudio experimental de sus fenómenos. Dijo en aquella fecha memorable:

“Este método experimental al que debemos la gloria del progreso moderno y las maravillas de la electricidad y del vapor; este método debe apoderarse de los fenómenos de orden aún misterioso a que asistimos, disecarlos, medirlos y definirlos...”

“Porque el Espiritismo no es una religión, sino una ciencia de la que apenas conocemos el abecedario. El tiempo de los dogmas ha concluido”.

Gabriel Delanne, uno de los pioneros más valientes y destacados del

Espiritismo en Francia, escribe a este respecto:

“El Espiritismo no es una religión: no tiene dogmas, ni misterios ni ritual. Es una ciencia de experimentación, de la que se desprenden consecuencias morales y filosóficas de inmensa importancia”.

A esta concepción amplia y desprejuiciada del Espiritismo, podemos agregar la del eminente naturalista Russel Wallace, espiritista de no dudosa procedencia:

“El Espiritismo es una ciencia experimental y suministra la única base segura para una filosofía verdadera y una religión pura.

Suprime los nombres sobrenatural y milagro...”

“Una ciencia de la naturaleza humana, fundada en los hechos observados; que sólo apela a los hechos y experimentos; que no toma creencias sin pruebas; que insiste en la investigación y en la conciencia de si misma como los primeros deberes de los seres inteligentes; que enseña que la felicidad en una vida futura puede ser asegurada cultivando y desarrollando hasta donde es posible más altas facultades de nuestra naturaleza intelectual y moral y no de ningún otro modo; es y tiene que ser el enemigo natural de toda superstición”.

Por su parte dice el Dr. Gustavo Geley:

“Para los verdaderos creyentes en la doctrina espiritista, esta es una ciencia positiva, basada sobre el estudio experimental de los fenómenos psíquicos y las enseñanzas de los espíritus elevados”.

A estas autorizadas opiniones podríamos agregar la de todos los verdaderos espiritistas y demostrar que sus convicciones se formaron en el terreno de los hechos, por el estudio, la observación y la experiencia de los mismos y no por creencias religiosas anticipadas, por la fe ciega o por la predisposición mística desarrollada por la necesidad de ampliar los horizontes de esta vida, por esa ansiedad imperiosa que, según los materialistas, sienten las almas cándidas, los espíritus débiles, atormentados por el deseo de penetrar las sombras del misterio y de hallar lo que no alcanza a descubrir la ciencia... a la cual suelen mirar con desdén...

No son los verdaderos espiritistas los que creen en la bancarrota de la ciencia frente a los problemas del alma; por el contrario, es la ciencia para éstos el fundamento de sus creencias, sin los hechos positivos, experimentales, el Espiritismo carece de base, y su filosofía sería uno de tantos sistemas metafísicos, una de tantas religiones, agregados al acervo común de la historia.

El Espiritismo no tiene por punto de partida la fe, sino sus fenómenos y el estudio racional de los mismos: es sobre la base fundamental del fenomenismo psicológico supranormal que descansa su filosofía, su ética y su sociología, y es sobre esa misma base que afianzamos nuestras creencias los verdaderos espiritistas.

Las conclusiones filosóficas que sustentamos emanan de los mismos hechos y no de creencias o de razonamientos a priori: ni siquiera tienen la desventaja -si tal pudiera llamarse a la especulación filosófica subjetiva- de atribuirse a inducciones o deducciones personales, ya que la doctrina espiritista surge espontánea de la naturaleza misma de los hechos, de las manifestaciones inteligentes que de ellos se desprenden.

Es cierto que muchos de los principios o postulados de nuestra doctrina se encuentran diseminados entre las religiones y sistemas filosóficos, pero éstos, las primeras, se fundan en la fe ciega, en el dogma infalible y en absurdas, cuando no mentidas, revelaciones, y los segundos, en deducciones o hipótesis más o menos lógicas, pero siempre discutibles por carecer de fundamento científico que pruebe experimentalmente la veracidad de los principios sustentados.

De todo esto se infiere que si el Espiritismo se impone a la consideración humana por sobre todas las creencias religiosas e ideológicas, es por sus hechos observables y experimentables, y no por un sentimiento místico o por las halagüeñas perspectivas que de él se desprenden para el porvenir del espíritu: deja de ser religión, en el sentido místico y ritual del concepto, pero no puede dejar de ser ciencia sin dejar de existir como verdad demostrable y perder su interés y valor positivos; pues, si le faltan los hechos, los principios ciertos en que se apoya y el conocimiento, aunque relativo, de las leyes que los rigen, ya pasa a la categoría de misticismo, sin que su caudal filosófico y moral pese un gramo más en la balanza del progreso humano.

No tienen, pues, razón aquellos espiritistas que, imbuidos de religiosidad, creyentes por ingenuidad o por simples razonamientos filosóficos, se bastan a su fe y miran con ojeriza a los hombres de ciencia y a sus mismos compañeros que bregan por encauzar el Espiritismo en la corriente científica señalada por los sabios espiritistas que hacen honor a nuestro credo, y, mucho menos, los que hacen de éste una religión como cualquier otra y creen que la Ciencia -por hallarse aún en los balbuceos de esta nueva y fecunda rama de la psicología experimental y no haber llegado aún, en algunos casos, a las mismas conclusiones espiritistas, por buscar la correlación entre los fenómenos fisiológicos y psíquicos o explicar por las mismas leyes anímicas todos los fenómenos supranormales sin hacerse cargo de las manifestaciones de espíritus desencarnados- conduce al materialismo.

No hay que olvidar que así como mucha ciencia conduce a Dios y poca nos aleja de él, lo mismo sucede con la creencia en la existencia del mundo espiritual: un conocimiento incompleto del fenomenismo espírita y de sus manifestaciones no convence a nadie, pero el estudio continuo con métodos adecuados lleva al convencimiento: la mayor parte de los sabios o simples estudiosos que han abrazado el Espiritismo, primero lo negaron; después, con poca ciencia, afirmaron los hechos pero negaron la teoría, y luego, al correr de los tiempos, con más ciencia y experiencia, aceptaron esta última.

La ciencia, la verdadera ciencia, no conduce al materialismo sino cuando es incipiente y carece de la madurez necesaria para llegar a las conclusiones espiritistas.

En muchos casos los que penetran en el santuario de esta profunda ciencia del alma por las puertas de la fe, suelen salir por las del escepticismo o la incredulidad; mientras que otros que entran incrédulos y materialistas salen llenos de fe y de esperanza, después de estudiar los hechos con todo rigor científico y de exigir de ellos toda la luz que anhelaban sus espíritus ávidos de ciencia y de verdad. Ejemplos de esto entre otros mil, William Crookes, Russel Wallace y Lombroso.

Al hablar de ciencia no nos referimos a esa ciencia incompetente, infructuosa, llena de orgullo y de suficiencia que niega la existencia, y aun la posibilidad, de las manifestaciones del mundo espiritual; que no tiene más de positiva que lo que alcanza en la materialidad de las cosas; que, en materia de fenomenismo espírita o de metapsiquismo, en vez de adaptarse a la naturaleza y a las modalidades de los hechos, les impone condiciones y métodos arbitrarios, y, como en semejantes condiciones no halla lo que, por prejuicio de escuela, sus representantes tienen interés en no encontrar -el espíritu como sustancia independiente del organismo- lo niegan: porque su caudal seudocientífico está formado a base de negaciones.

A estos “científicos”, que forman una “ciencia” de relumbrón, sí, no titubeamos en declararlos en bancarrota. Hablamos aquí de la verdadera ciencia, de esa diosa augusta que no afirma ni niega nada a priori; que no teme la investigación de ningún hecho, por absurdo e inverosímil que parezca, ni a las condiciones y métodos que su naturaleza impone; que, animado de un profundo amor a la verdad, no se alimenta de prejuicios, sino de la luz espiritual que irradia la renovación constante de la vida.

El Espiritismo es una ciencia integral y progresiva: abarca todos los conocimientos humanos. No es una religión, aunque cultiva y espiritualiza los sentimientos religiosos. “La religión se va, la ciencia viene”, ha dicho alguien.

Y no estará demás recordar a los neófitos y profanos que nuestro lema es: Hacia Dios por el amor y la ciencia.

Manuel S. Porteiro

(Transcripto de “Espiritismo: Doctrina de Vanguardia”)



Tomado de la revista “Constancia”
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no hay casualidad
Las 4 leyes de la espiritualidad  ( India)
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"La persona que llega es la persona correcta ", es decir que nadie llega a nuestras vidas por casualidad, todas las personas que nos rodean, que interactúan con nosotros, están allí por algo, para hacernos aprender y avanzar en cada situación.
La segunda ley dice:
"Lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido". Nada, pero nada, absolutamente nada de lo que nos sucede en nuestras vidas podría haber sido de otra manera. Ni siquiera el detalle más insignificante. No existe el: "si hubiera hecho tal cosa...hubiera sucedido tal otra...". No. Lo que pasó fue lo único que pudo haber pasado, y tuvo que haber sido así para que aprendamos esa lección y sigamos adelante. Todas y cada una de las situaciones que nos suceden en nuestras vidas son perfectas, aunque nuestra mente y nuestro ego se resistan y no quieran aceptarlo.


La tercera dice:
" En cualquier momento que comience es el momento correcto". Todo comienza en el momento indicado, ni antes, ni después. Cuando estamos preparados para que algo nuevo empiece en nuestras vidas, es allí cuando comenzará.  

Y la cuarta y última:
"Cuando algo termina, termina".  Simplemente así. Si algo terminó en nuestras vidas, es para nuestra evolución, por lo tanto es mejor dejarlo, seguir adelante y avanzar ya enriquecidos con esa experiencia. 
Creo que no es casual que estén leyendo esto, si este texto llega a nuestras vidas hoy; es porque estamos preparados para entender que ningún copo de nieve cae alguna vez en el lugar equivocado!


"Si un día tienes que elegir entre el mundo y el amor, Recuerda:
Si eliges el mundo quedarás sin amor, pero si eliges el amor,
con él conquistarás al mundo"
Albert Einstein
 
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El Mundo de los Fluidos

 
El mundo de los fluidos, más que otro alguno, está sometido a las leyes de la atracción. Por la voluntad atraemos hacia nosotros fuerzas buenas o malas, en armonía con nuestras ideas y nuestros sentimientos. Puede hacerse de ella un uso terrible, pero el que se sirve del poder magnético para el mal, tarde o temprano lo verá revolverse contra él.
La influencia perniciosa ejercida sobre los demás bajo la forma de sortilegios, mal de ojo, maleficios, vuelve fatalmente hacia aquel que la ha generado.
En hipnotismo como en magnetismo, si el operador no tiene un carácter recto, si sus intenciones no son puras, la experimentación será peligrosa tanto para él como para el sujeto.
No entréis, pues, en este terreno sin caridad y sin pureza de corazón.
No pongáis jamás en movimiento las fuerzas magnéticas sin acompañarlas de ferviente oración y de un pensamiento de amor sincero hacia nuestros semejantes.
De esta manera pondréis vuestros fluidos en armonía con el dinamismo divino, y su acción será más eficaz y más profunda.
Por el magnetismo elevado, el de los grandes terapeutas y de los iniciados, el pensamiento se ilumina; bajo la influencia de lo alto, los nobles sentimientos se exaltan; nos sentimos penetrados de una sensación de calma, de fuerza, de serenidad; el alma siente desvanecerse poco a poco todas las pequeñeces del yo humano y reaparecer, las cualidades superiores de su naturaleza.
Al mismo tiempo que aprende la abnegación en favor del bien y de la salvación de los demás,
siente despertarse en ella poderes desconocidos...
¡Que el magnetismo del bien se desarrolle en la Tierra por las aspiraciones generosas y la elevación de las almas! Acordémonos de que toda idea contiene en germen su realización,...
y sepamos comunicar a nuestras vibraciones fluídicas la radiación de altos y nobles pensamientos....¡Que una poderosa corriente ligue entre sí a las almas terrenas y las una a sus hermanas mayores del espacio! Entonces, las malas influencias, que retardan la marcha y el progreso de la Humanidad, se desvanecerán bajo las radiaciones del espíritu de sacrificio y de amor.
León Denis
En lo invisible